El autoritarismo cotidiano
- Pablo Díaz Gayoso

- 2 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 7 oct
La mayoría de aproximaciones a los tipos de sistemas políticos se basan en una mirada a los modelos macro, es decir, a las formas de gobierno y al ordenamiento jurídico que lo legitima. Sin embargo, hay menos atención al comportamiento ciudadano y como este da forma a la sociedad. La forma en la que nos relacionamos con nuestros allegados también pueden marcar el tipo de sistema político al que estamos más cercano y somos más favorables a apoyar. No se puede obviar que hasta los líderes autoritarios que ejercen la represión de una forma brutal tienen también apoyo de ciertos sectores de la población y de hecho no suele ser pequeño.
El mito del hombre fuerte, del "cirujano del hierro" que "los pone firme" sigue arraigado en las sociedades democráticas. "Yo sacaba los tanques a la calle" o "aquí hace falta un tío con dos cojones que les quite la tontería" son algunas de las frases que se escuchan a diario. Así mismo las actitudes punitivistas son otra forma de aproximación autoritaria. El defender que el sistema judicial debe de regirse por motivaciones emocionales e imponer las penas máximas para los crímenes más horrendos forma parte de una falta de entendimiento de para que se establecieron los derechos humanos. El principio más honesto que debe de regir para asuntos penales es que una persona debe de estar a favor de una condena que esté dispuesto a cumplirla él/ella o una persona allegada. En una situación hipotética, ¿estarías dispuesto/a a que un/a hijo/a cumpla la cadena perpetua?, o ¿cómo dormirás por las noches sabiendo que un familiar vive en una prisión donde no recibe la medicación adecuada, come comida por debajo del valor nutricional básico, recibe palizas periódicas, o que vive en condiciones de insalubridad manifiesta?.

La diferencia de una sociedad democrática de una autoritaria también reside en la forma en la que se trata a las personas situadas en exclusión social. La más democrática y cívica parte de que no existe ni la maldad ni la bondad pura, si no que el ser humano puede errar pero también puede aprender. Por esa razón la vía de la reinserción, la integración y los valores cívicos como mejor forma de relacionarnos entre nosotros, la promesa de mejora debe de motivar a la sociedad a avanzar. Por otro lado se encuentra la mentalidad autoritaria que aboga más por las medidas coactivas y por el "dale caña al circo romano, ¡a los leones!". ¿Cadena perpetua?, ¿pena de muerte?, ¿pena de muerte previa tortura porque se lo ha buscado?. La respuesta más común es la emocional y cuando salta a los titulares un morboso crimen todos olvidamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos y pedimos, no ya un ojo por ojo, sino más bien, un ojo por todas las extremidades.
Las consecuencias de esta mentalidad autoritaria son brutales y la podemos ver de una manera más directa en los conflictos iniciados en el nombre de la falsa justicia y reparación. La respuesta de Israel a los atentados perpetrados por los palestinos históricamente ha sido del todo desproporcionada, siempre ha buscado multiplicar por 100 o 1.000 el daño recibido. La idea que defienden es que de esa manera se disuade de nuevos ataques. Viendo como se mantiene vivo el conflicto tras tantas décadas después queda claro que es una vía ineficaz para lograr la disuasión ya que lo que genera es más odio, mayor resentimiento y más voluntad de responder.
En definitiva el autoritarismo cotidiano es aquel que propone soluciones aparentemente sencillas, rápidas y usan la vía unilateral para imponerse. Se alejan de un posible espacio de entendimiento común para establecer un mundo donde priman las ganancias de suma cero. El problema de la mentalidad autoritaria es el eminente egoísmo que motiva su acción. Está claro que su forma de actuar no busca crear un sistema en el cual la persona autoritaria se pueda encontrar al otro lado del cristal. Al otro lado se encuentra su contraparte democrática que son aquellas personas que colocan en el centro el diálogo y el reparto de ganancias para que la mayoría se beneficie. La persona democrática entiende que aunque en un momento se encuentre en una posición de fuerza, esa situación puede cambiar y quiere ser tratado de una forma justa. Esta mentalidad requiere de una capacidad empática y de gestión emocional que requiere cierto entrenamiento. Como comenté anteriormente, la mentalidad autoritaria es más visceral y se alimenta a base de soluciones rápidas que venzan, no que convenzan. Y no cabe olvidar que el hierro siempre acaba oxidándose, incluso para el más hábil cirujano.










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